Volar en Primera Clase
Una experiencia VIP que brinda un Servicio Premium y Relax
Ninguna de las preocupaciones habituales de los viajeros tienen sentido para un pasajero VIP. Confort y lujo son las características del servicio uqe ofrecen las aerolíneas de alto nivel.
Nada como el placer de viajar. No importa a dónde ni cuándo ni cómo. Acaso sí con quién, pero esa es otra historia. Basta preparar el bolso, cerrar la maleta, poner un pie fuera de casa para sentir mariposas en la panza, esas que revoloteaban enloquecidas aquella vez, la única, en que un rapto inesperado de coraje fue el impulso para confesar un amor que sería para toda la vida. Miedo, excitación, inquietud, sensaciones que se confunden con la alegría de volver a salir a la aventura.
También el estrés, que para los que viven en Rosario, una ciudad sin aeropuerto, o mejor, con aeropuerto pero sin vuelos, suma cuatro horas más de viaje, de espera, de paciencia. Forma parte del combo, que viene con papas y gaseosa, aunque lo que uno quiera sea la hamburguesa, y exige un ejercicio zen, porque en Ezeiza, si se llegó a tiempo, si nada ni nadie lo demoró en el camino, lo esperan las colas, cada vez más largas, en el mostrador de la aerolínea, en la Afip, en Migraciones.
Y todo temblando, por la incertidumbre que causa no saber si los documentos están en regla, si las dudas, las inseguridades que asaltan a la hora de armar la valija hicieron que se cometa el peor de los pecados del viajero: el exceso de equipaje. Hay que decirlo: en el camino, no hay nada peor que andar cargado. Las piernas se cansan, duelen los hombros, la atención se dispersa y eso, en un viaje, es fatal. Los detalles pasan inadvertidos, vuelan, se pierden en el tiempo como lágrimas en la lluvia.
Nada de esto pasa cuando uno tiene la suerte o la billetera para poder viajar en primera. La tensión que generan los preparativos del viaje no se reduce a cero, claro, pero casi. Nadie se va encargar de preparar la valija, ni de chequear las fechas de vencimiento del pasaporte, eso lo tiene que hacer uno mismo, pero el resto de las preocupaciones desaparecen. Y es así, sencillamente, porque no hay que esperar a embarcar para disfrutar del servicio, la experiencia premium comienza en tierra.
Sin ir más lejos, las tres horas de antelación con las que hay que presentarse para hacer el check-in no son necesarias. Primero, porque no hay que hacer la cola para despachar el equipaje, segundo, porque el pasajero puede escoger entre embarcar primero o último. Mientras tanto, para matar el tiempo, se le brinda el acceso a los salones VIP de la estación aérea, donde se puede tomar una copa, revisar los mails o sentarse en un sillón a mirar un partido de fútbol. Tan cómodo como en el living de su casa.
La incertidumbre, el resquemor, la desconfianza que inevitablemente se sienten antes de subir a un avión se borran de un plumazo ante la sonrisa amable de la azafata que, en el ingreso a la alfombra roja que se extiende frente al mostrador de la compañía aérea, recibe a los viajeros, los ayuda con los trámites y los acompaña hasta el momento de la partida. Al menos, así es en Emirates, la aerolínea de bandera de Emiratos Árabes, que desde el pasado enero une las ciudades de Buenos Aires y Dubái.
Desde el instante mismo que se tiene en las manos el boarding pass con la leyenda de "Primera Clase" estampada en enormes letras rojas se siente la excelencia que caracteriza a Emirates, la segunda aerolínea más grande del mundo y la más premiada por el nivel de su servicio de a bordo. Volar en una de las ocho suites privadas de su flamante Boeing 777-300ER es un privilegio que, para el que nunca pasó, aunque más no sea, de un "upgrade" a business por sobreventa de pasajes, se imagina de jeque árabe.
El pasajero de primera, lo que no tiene nada que ver con la categoría del equipo del club de sus amores, ingresa al avión por una entrada exclusiva. Ahí es recibido por las aeromozas, vestidas con sus clásicos trajecitos caqui, sombreros rojos con vivos dorados y el velo blanco que les rodea el rostro, todas jóvenes, bellas y simpáticas. Le dan la bienvenida, lo acompañan hasta el asiento que le ha sido asignado y sin darle tiempo siquiera a pensar le ofrecen una copa de Dom Perignon cosecha 2003.
Antes de que el exquisito vino espumante burbujee en la cabeza, ya se empieza a gozar de la lujosa cabina individual donde el vuelo, más que una obligación ineludible para llegar a destino, es un placer en sí mismo. No hay que ser un experto para darse cuenta de que las copas son de cristal, la vajilla de porcelana y la mantelería de hilo. Su textura, suave como la caricia de una madre, es la misma de la de los restaurantes de lujo. Como su carta de siete pasos, una tentación gourmet irresistible.
En el vuelo a Río de Janeiro, única escala en el trayecto a Medio Oriente, se puede degustar desde una ensalada Nizarda clásica, con lomo de atún, patatas hervidas al vapor y aceitunas de Kalamata marinadas, hasta los exquisitos langostinos al ajillo y mantequilla de alcaparras, que son servidos con pasta linguini de espinacas. Y una curiosidad: sopa de calabaza, maíz y coco, una receta de aire bahiano tan reconfortante como exótica. No hay que esperar para la cena, basta ordenarla y la sirven.
Revestidas en cuero, las butacas se reclinan hasta convertirse en cama, pero eso no es todo, posee un sistema electrónico con diez puntos de masajes que brindan la relajación perfecta para poder descansar. Para los que les cuesta dormir, está el Ice, el menú de información, comunicación y entretenimiento que ofrece conexión a internet wifi, juegos de consola y un amplio menú de estrenos de cine y programas de televisión en directo. Se lo disfruta en pantallas planas individuales de 23 pulgadas y touch screen.
La suite tiene bar, arreglos florales, papel, sobres y unas elegantísimas estilográficas que invitan a escribir cartas de amor que nadie leerá jamás. También, un neceser con productos de Bulgari y pantuflas, medias y hasta un pijama. Sin embargo, lo mejor es la atención, las azafatas, que no importan si nacieron en Dublin, Córdoba o Nueva Delhi, hacen todo lo que esté a su alcance para satisfacer los pedidos, a veces absurdos, que les hacen. ¿A quién se le ocurre pedirles consejo sobre qué hacer en un viaje a la India? Se lo van a dar, claro, después hay que tener cuidado de no olvidar sus notas en el micro de Tienda León.
FUENTE:
http://www.lacapital.com.ar
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